Santa María - Como de costumbre, don Guille o Ño Cotoco, como era conocido, ensilló su yegua ayudado por su hijo “Beño”. Y salió en la tarde hacia las hermosas mesillas y mesetas de Jahuel para observar su piño de cabras como siempre. Dejando su rancho atrás, subió por senderos que culebrean entre espinos y quiscos. Uno que otro quillay ampara con su sombra y los litres se agrupan hermoseando estos lindos parajes de Jahuel.
Visitó rincones y quebradas y encumbró para llegar a su mirador preferido, de donde veía gran parte del Zaino, como lo había hecho en sus 80 años de vida en el mismo sector. De aquí en adelante no sabemos exactamente qué pasó.
¿Escudriñó el montón de monte y cerros que circundan, miró algún quillay por si acaso una cabra bajo sus ramas?, ¿se bajó de la yegua y al intentar volver a montar sus fuerzas vitales fallaron?, Quién sabe si simplemente el viejo Guille se dio cuenta que llegaba la hora de la despedida. Tal vez miró por última vez el paisaje, su amado el Zaino y Jahuel, escuchó el ultimo canto de una tenca avisando su presencia. Quién sabe si soltó su yegua y simplemente se recostó para morir cobijado por su amada tierra.
Lo cierto, es que la yegua volvió sola a su casa. De inmediato se dieron las voces de alerta, se pensó lo peor, que tal vez la yegua lo había arrastrado, cosa que se da cuando está muy adentro el pie en un estribo.
Se unió la familia, salieron los hermanos y los nietos en busca del viejo querido. Peinaron cerros, llanos y quebradas. Unos por aquí, otros por allá, la noche venía avanzada. Hasta que se oyó el grito huaso, ese que retumba en el monte, entre cerros, montañas y quebradas. Un hijo encontró a don Guille. Corrió la familia, cerro arriba desesperada. Se hizo lo que se pudo pa reanimar al viejo en su mirador privilegiado. Pero nada.
La familia se reunió alrededor, le vieron el semblante tranquilo de sueño añorado y lo dejaron ir, no había huella de problemas con la yegua ni nada que preocupara. Parecía que simplemente se había recostado con su mirada al cielo.
Así partió de este mundo el querido don Guille, una noche de jueves y el fin de semana estuvo gris y entristecido. Nacido y criado en Jahuel, uno de 11 hermanos, su madre viuda con los niños chicos. Con ojotas fue a la escuela, en invierno el barro y la lluvia dejaban las ojotas blandas como chicle, así que era mejor andar a pata pelada. Trabajó desde muy chico, acarreó leña, crió animales, entregó sus pulmones por culpa del carbón de espino. Pero su partida fue en grande, na' de tubos de oxigeno ni camas tristes, don Guille se fue cerca de los cielos, en las alturas de su Jahuel amado. Y quién sabe si de vuelta en vuelta, no ande su alma y espíritu flotando con el viento por sus cajones queridos, bajando del cerro en la brisa de noches veraniegas, para mezclarse entre su piño. Como dijo su nieta Anais Ibaceta “seguramente ahora te veremos tata, arriando estrellas”.
Por Roberto Mercado Aced